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lunes, 1 de julio de 2013

NO HAY MÁS CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VERME (António Lobo Antunes)

Quiero que sepas, para tu información, que no me atraía para nada ni era tampoco mi tipo de hombre, con aquella sonrisa de oreja a oreja como la ropa puesta a secar en una cuerda, entre dos edificios. Eras tú quien lo traía a casa, siempre elogiándolo

-Que si João esto, que si João lo otro

y yo lo recibía por ti, lo soportaba por ti, irritada por su sonrisa, sin paciencia para vuestras conversaciones, siempre al margen, pensando cuál sería el motivo de que cuando estás a solas conmigo no me haces ningún caso, el televisor, el periódico, el silencio, los miércoles

(más raramente los martes)

los miércoles por la noche y los sábados por la tarde

-Ven aquí

o sea tú de pie en la sala

-Vamos a la habitación

diez minutos después te levantabas

-Tengo sed

y yo me quedaba sola, con el placer a medias, con la esperanza, por lo menos, de una caricia o de un beso que no venían nunca, y tú por el contrario indiferente, distante, desviando la cara

-Odio las zalamerías

apartando tus piernas de las mías, que te perseguían hasta el borde de la sábana. Para tu información, no creas que me enamoré de él, lo que ocurrió fue que su sonrisa de oreja a oreja era como poner a secar la ropa en la cuerda, tú ajeno a nosotros, las camisas y los pijamas colgados de sus dientes ondeaban hacia mi lado y tú sin reparar en ello, me cambiaba de vestido y nada, me cambiaba de peinado y nanay de la China, al tiempo que João con más viento entre las orejas, más camisas y más pijamas colgados, las camisas y los pijamas

-Te queda bien el vestido, te queda bien el peinado

detrás de las camisas y los pijamas su mano en mi muñeca cuando ibas a buscar una botella a la despensa, yo, alelada, mirando a João y João

-¿Qué hay de malo?

las camisas y los pijamas a centímetros de mi boca

-¿Qué hay de malo?

tú, desde la despensa, a João

(nunca a mí)

-¿Prefieres un vino alentejano o un vino de Ribatejo?

como los vinos alentejanos estaban detrás de los vinos de Ribatejo y se tardaba más tiempo en cogerlos, yo, asombrada por mi reacción

-João prefiere un vino alentejano

y era sin querer, palabra, me salía de sopetón

-João prefiere un vino alentejano

y mis uñas hacia atrás y hacia delante en su palma, mi rodilla, sin que yo me diese cuenta, encontraba una rodilla que no me pertenecía y se demoraba allí, mientras la sonrisa susurrante, entre dientes

(es decir, entre camisas y pijamas)

-Helena

y de ahí a su casa fue un paso, un piso de soltero todo desordenado

(me enterneció ese desorden)

y diez minutos después no se levantó, no me sentí sola, no necesité perseguir sus piernas hasta el borde de la sábana, se entrelazaban en mí como iniciales de servilleta y tal vez no haya tenido un placer completo pero por lo menos no sobraba ni faltaba y las orejas del edificio, rojísimas, sacudían la ropa colgada bajo un temporal que daba gusto.

No pongas esa cara, no te enfades conmigo, es la vida, según dice tu madre cuando se enferma una amiga suya. Nunca me tocas, nunca susurras

-Helena

nunca una rodilla, nunca esperas que mi cuerpo responda, nunca

-Te queda bien el vestido, te queda bien el peinado

y si quieres mi opinión

(aunque no la quieras igual te la doy)

no te fijas en mí a no ser para quejarte porque te falta un botón o la carne de la cena tiene muchos nervios. ¿Te pasó por la cabeza alguna vez, por casualidad, que mi carne también tiene nervios, que no es todo tierno, fácil de masticar, sin hueso?

João no quería que te dijese nada

-Es mi amigo

aunque sospecho que no era la amistad lo que lo hacía sentirse culpable y receloso sino el hecho de que pesases, con creces, treinta kilos más que él y pudieras romperle la cuerda de la ropa de un sopapo, haciéndole caer algunas camisas y algunos pijamas colgados, sobre todo bajo el impulso del vino alentejano. Pensándolo mejor, tal vez no debería haberte dicho nada: me habría quedado esperando el miércoles

(más raramente el martes)

me habría quedado esperando el miércoles por la noche o el sábado por la tarde, el

-Ven aquí

el

-Vamos a la habitación

los diez minutos, una caricia o un beso que no vendrían nunca. Pero no puedo, cada vez me gusta más ser inicial de servilleta y ya he comenzado, enternecida, a ordenarle el piso. Por lo tanto puedes quedarte tranquilo con el periódico, con el televisor, con el silencio. Las llaves están en el plato de la entrada y la asistenta te explicará cómo funcionan las máquinas. Enviudó hace seis meses, ya ha criado a sus hijos, y como tenemos un colchón ortopédico y ella un problema de columna, seguro que tardará muy poco en tomarle amor a la casa. ¿No crees que tiene una sonrisa de oreja a oreja, como ropa puesta a secar en una cuerda entre dos edificios?

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