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lunes, 1 de julio de 2013

CREMACIÓN (Saiz de Marco)

La última voluntad de un amigo es sagrada, y puesto que Franz me pidió que destruyera sus escritos los destruyo y ya está. Han pasado varios meses desde su muerte y aquí estoy, en mi casa, delante de la chimenea. He leído los textos que no me enseñó en vida y sé que lo que voy a quemar es muy valioso. No hablo de valor económico (los relatos de Franz no gustarían al gran público) sino literario. Son obras irrepetibles, únicas. Pero la última voluntad de un amigo no se discute.

Echo al fuego los manuscritos de “América”, “El proceso”, “El castillo”. Veo arder los folios de la “Carta al padre”…

Las llamas los consumen. El fuego no distingue entre una obra de arte y el papel de envolver. Vorazmente se prenden. En un instante son hojas quemadas.

Sobre las llamas vuelan briznas negras.

Recojo las cenizas y las tiro.

Franz Kafka, y no yo, ha dejado a todos sin la historia del hombre al que se le procesa y juzga sin que sepa nunca por qué; sin el relato del Castillo, sede del poder que nadie conoce ni entiende…

Una gran pérdida, sin duda.

Pero, después de todo, ¿iban a ser los hombres más felices? ¿Iba a dejar de haber crímenes o expolios? Estamos en 1924. Si, por ejemplo, dentro de unos cuantos años hay otra guerra en Europa, ¿dejaría de haberla sólo porque Franz publicó sus creaciones? ¿Sería mejor la humanidad gracias a estos relatos? ¿Cambiaría algo el mundo por eso?

No.

Entonces ¿qué más da?; ¿qué importancia tiene que un tipo llamado Max Brod haya quemado estos papeles?

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