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viernes, 21 de junio de 2013

SONRISAS Y LÁGRIMAS (Saiz de Marco)



Desde que se inventó el felicímetro, todo el mundo anda desconcertado.

Sorprendentemente, en los países muy desarrollados los registros del felicímetro son decepcionantes, a veces inferiores a los de las zonas deprimidas del mundo.

La escala social casi se invierte al compararla con el gráfico de felicidad de sus integrantes.

Los ricos, a la vista de sus bajas mediciones en el felicímetro, se plantean dejar de serlo. (Ahora se ha comprobado científicamente que la opulencia es tristógena: generadora de infelicidad.)

Mucha gente anónima obtiene mejores cotas en el felicímetro que los personajes famosos y admirados.

Algunos que se creían maltratados por la vida, de pronto, al conocer su tasa de felicidad, se saben afortunados.

Hay quienes se descubren raramente dichosos: felices sin saber el porqué de su alegría.

El coeficiente intelectual es, a menudo, inversamente proporcional al grado de felicidad medido por el felicímetro.

No pocos minusválidos, físicos o psíquicos, son envidiados por sus elevados índices de felicidad.

Bastantes enfermos dan mayor resultado en el felicímetro que la gente sana.

En algunas personas ha surgido una especie de obsesión por conseguir altos registros en el felicímetro. Pero a menudo pasa que, cuanto más se empeñan en ello, peores resultados obtienen. ¿Por qué será?

Todo esto sucede desde que se inventó el felicímetro: el dispositivo que mide, con precisión matemática, la felicidad de cada uno.

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