Al entrar el anciano en fase terminal, los enfermeros pusieron una cortina divisoria entre ambos pacientes, para preservar mínimamente la intimidad del moribundo y evitar que el compañero de habitación tuviera que presenciar la agonía.
Con la cortina en medio no se podía ver lo que pasaba al otro lado, pero sí oír.
Entonces, desde su cama, el hombre de letras oyó a la mujer del anciano decir:
-Me agarro a tus manos para ir donde tú vayas.
-No te pierdo. Nunca se pierde a aquél a quien se quiere.
Y el hombre de letras cogió un bolígrafo y se apresuró a anotar esas palabras: frases poéticas cazadas al vuelo, sublimes poemas espontáneos de aquella mujer que, poco antes, le había referido ser analfabeta.
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