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miércoles, 22 de mayo de 2013

NUNCA EN MI CORAZÓN (Saiz de Marco)


Seguramente le extrañará que le remita una carta alguien que no conoce. Lo hago, en primer lugar, porque es usted la persona a quien más admiro. En segundo lugar, porque hace tiempo que necesito comunicarle algo. Y finalmente, porque no quiero perder toda oportunidad de exponérselo.

He sabido que está usted hospitalizado. Deseo sinceramente que se recupere. Sin embargo, esta circunstancia me ha llevado a expresarle mi inquietud, antes de que sea tarde.

Sé que ha dedicado su existencia a luchar contra la injusticia. Ha pasado usted encarcelado la mayor parte de su vida por oponerse a la segregación racial, y tras ser liberado viajó a más países para enfrentarse a otras formas de opresión. Por eso ha sufrido persecución y torturas. He oído que lo que le tiene ahora en el hospital es consecuencia de las privaciones vividas en sus años de cautiverio. Está claro que la lucha por la justicia ha sido el motor de su vida.

Mi existencia ha sido bien distinta. A mí me faltó su coraje. Desde niño he sentido repulsión ante la injusticia. Sí, una especie de furia impotente y pasiva. Pero, a diferencia de usted, me tragué mi rabia. No fui valiente.

No, no tuve madera de héroe. Guardé mi indignación para mí mismo y me dediqué a otras actividades que no comprometían mi comodidad.

Estudié biología celular, me especialicé en aplicaciones clínicas. Me hice investigador. Durante algún tiempo participé, incluso, en programas militares. Experimentos reservados, ensayos secretos sobre armas biológicas. ¡Cómo me avergüenzo de ello!

Finalmente (éste fue mi único rasgo de decoro) dimití y volví a la universidad.

Bien; le ahorro detalles y voy directo a la cuestión. Lo que quiero decirle es que conozco un modo de acabar con la injusticia, de extirparla para siempre.

Sí, lo que usted y yo anhelamos existe. Es un virus: un virus que puedo poner a su disposición. Mejor dicho: puedo liberarlo. Basta que usted me lo indique y activaré el programa de transmisión. El virus es letal para la especie humana y se contagia a la vez por varias vías. Nadie puede escapar. No distingue entre razas ni estados. No hay vacuna ni remedio. En pocos días toda la humanidad habrá desaparecido.

¿Se da cuenta? Si se extingue la humanidad se acabará la injusticia. Desaparecerán las guerras, la explotación, los genocidios...

Con la supresión del ser humano se terminará todo eso. Seguirá habiendo vida: vida animal y vegetal; porque el virus no infecta a los demás seres. Sólo los humanos nos extinguiremos. Y no habiendo humanos en el planeta, no habrá nadie dotado para el mal. Con nosotros se irá la injusticia.

A fin de cuentas, ¿qué otra solución hay? ¿Acaso podemos intuir otra forma de acabar con lo injusto?

Puede que en el pasado las guerras tuvieran sentido: no había bastante alimento para todos. Pero ahora la tecnología ha abolido esa escasez, y sin embargo sigue habiendo hambrunas y masacres. El progreso no ha acabado con la guerra, sólo ha sofisticado las armas. No hay justicia entre los individuos ni entre los pueblos. Una pequeña parte de la humanidad está instalada en el derroche mientras el resto carece de lo básico. Los países ricos esquilman los recursos de los pobres. ¿Y acaso hay esperanza de que esto cambie?

Extinguida la humanidad, seguirá habiendo vida en la Tierra, pero será vida sin dimensión moral, sin aptitud para lo abyecto y lo injusto.

Contésteme si aprueba mi propuesta. Sólo le reconozco a usted la autoridad de decidirlo. Basta una indicación suya y pondré en práctica el plan: el único que asegura la extirpación total de la injusticia.


-Enfermero, por favor, tire esto a la papelera.

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