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martes, 19 de marzo de 2013

CUENTO DE NAVIDAD (Saiz de Marco)


Desde tu habitación les oyes cuchichear:

-Ya debe de haberse dormido.

-Voy a bajar al coche.

Así que este año los regalos están en el coche. El año pasado los escondían en el trastero.

Acabas de cumplir ocho años. Desde hace tres, vienes haciendo creer a tus padres que aún crees en los reyes de oriente.

Ahora entran en tu dormitorio. Te haces la dormida.

Andan con sigilo, sin hacer ruido, como furtivos temiendo ser sorprendidos “in fraganti”. No dicen nada, seguramente se comunican por gestos.

Dejan cajas en el suelo, meten caramelos en los zapatos que dejaste, vacían el agua del cuenco que pusiste (“para que beban los camellos” -aunque sabes que no vendrán camellos, ni pajes, ni reyes…-).

Misión cumplida. Los agentes secretos de la felicidad salen de tu cuarto. Están entusiasmados, otro año más.

Y mañana te tocará actuar de nuevo: hacerte la ingenua, fingir que te sorprendes. Con sólo ocho años y ya actriz consumada (“mirad lo que me han traído los reyes”; “anda, pero si los camellos se han bebido toda el agua…”). Como el año pasado. Y como el anterior.

Porque tienes ocho años y desde hace tres sabes que la única magia es la emoción de tus padres: el brillo de sus ojos, la alegría de sus caras (de repente infantiles, más de niño quizá que la tuya).

Y por eso te niegas a decir “lo sé todo”. Sí: por eso te resistes a amputar su ilusión.

1 comentario:

  1. Primero crees en los RRMM. Luego dejas de creer en ellos. Finalmente, tú eres los Reyes Magos.

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