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lunes, 11 de febrero de 2013

NO MÁS JUEGOS TRADICIONALES (Ferrán Merino Abelló)

El pomo giró. Bueno, no del todo. Se quedó a medio camino. 


«¡Mierda, mierda y mierda!», refunfuñó una voz desde fuera. 


Silencio. Golpe. Silencio. Otro golpe. 


Silencio. Un tercer y definitivo tirón puso fin a la resistencia metálica. El hombre entró a duras penas, mascullando algo sobre el 3 en 1. Cerró la puerta tras de sí y quedó inmóvil unos instantes, esperando a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad. 


«Asco de vida, quién me iba a decir a mí... De esto sirve trabajar cuarenta  años, ¡partirse el espinazo por esta familia! Para terminar aquí, ¡escondido! ¿Dónde está el respeto? Pues ya lo verán, de esta se acuerdan». 

Pensaba y  gruñía el hombre mientras compensaba su vista cansada palpando el entorno con las manos.


«¡Hostia! ¿Y esto qué es? ¿Unas manillas? ¡Unas manillas! ¡Y de terciopelo! ¡Panda de pervertidos! No hay decencia. Ya no hay nada...».


Dos minutos y medio. La espalda empezaba a pasar factura. Haciendo un esfuerzo para agacharse, reunió lo
que tenía más a mano: un vestido de novia que había sido de su mujer antes de que su nieta decidiera utilizarlo de disfraz, una almohada vieja, una maleta rota y un balón pinchado. Lo puso todo en el suelo,
haciendo un pilón, y se acomodó tanto como pudo.


«Malnacidos. Desagradecidos. Parece mentira que me hayan hecho terminar aquí».


Siete minutos. Seguía maldiciendo. Entre un juramento y otro se convenció de abrir la puerta. Pero solo dos
centímetros. Los suficientes para dejar pasar un poco de luz y algo de aire. Mucho mejor. Trece minutos. Los gritos por fin empezaron y el aire comenzó a llenarse de olor a victoria.


«Ya está bien. Esto pasa cuando os  reís del abuelo Luis, ¡sí, señor! ¿Pues sabéis qué? ¡Quien ríe el último ríe mejor!».

 Por pura precaución, volvió a cerrar la puerta.


Veinte minutos. Los gritos se habían  ido apagando. Dentro de poco podría salir y disfrutar de su merecida victoria.


¡Clac! El pomo volvió a girar, esta vez a la primera, atemorizado tal vez por los golpes de la vez anterior. Estremecido, vio cómo la puerta se abría lentamente y la luz se colaba a su vez.


–¡Abuelo! ¿Qué haces dentro del armario? ¡Te he encontrado! ¡Ya os he encontrado a todos! ¡He ganado, he ganado!

Maldiciendo una vez más, dejó que el pequeño Luis le ayudara a salir. «Asco de juegos tradicionales...».


–El año que viene te regalo una PlayStation, niño.


Con un último esfuerzo logró salir. Portazo. Silencio. 

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