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viernes, 25 de enero de 2013

EL MURO (Saiz de Marco)


No nos asombró su lucidez, sino nuestra ofuscación.

Todos los días, a la hora de comer, la misma lucha. Queríamos ver la película, pero era imposible sentarnos todos frente a la tele.

(Entonces un televisor era un objeto muy caro y sólo había uno en cada casa.)

Pensamos en colocar una mesa más grande, pero el comedor no era lo suficientemente amplio.

Pensamos en comer más pronto para terminar antes de que empezara la peli, pero los horarios paternos lo impedían.

Así que siguieron las carreras para llegar antes a la mesa, y los codazos, empujones y patadas entre los hermanos. Incluso algún día hubo vuelo de cucharillas.

Más tarde hicimos turnos para sentarnos, cada día, de cara o de espaldas al televisor.

Pero los turnos no se respetaban y regresaron las broncas. Al final, mi padre se enfurecía y apagaba la tele.

Así, diariamente, durante un montón de años.

Hasta que se estropeó la persiana.

El persianero se presentó a la hora de comer. Mientras reparaba la persiana presenció una de nuestras riñas. Movido por la virulencia de la discusión, cogió el espejo que había en el vestíbulo y lo colocó en el comedor, frente a la tele.

Todos nos miramos desconcertados: De pronto, era como si en el comedor hubiera dos televisores, uno a cada lado.

Lo que nos asombró no fue la ocurrencia del persianero, sino nuestra torpeza. No su resolución, sino nuestra ceguera para algo tan obvio.

Sentimos que un muro se había alzado, durante años, entre la evidencia y nosotros. Y la energía gastada en rencillas nos había impedido demolerlo.

Borro de mi mente al persianero y todavía me veo allí, en el comedor, discutiendo con mis hermanos.

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